EL AMOR EN CHAPALA.


David Aréchiga Landeros*
Como les platico con frecuencia, estimados lectores, seguido voy a Chapala, para darme cuenta personalmente sobre el estado en que se encuentra, como si mi sola presencia pudiera contribuir en algo para mitigar su agonía; como si mis lágrimas tristes que cada vez derramo en él, fueran a hacer el milagro de subirle de nivel para salvarlo, y como si mis poemas se convirtieran en la magia para revivirlo.
Pero yo persisto en mis idas y venidas, en mis traslados constantes buscando alguna forma de justicia divina, rápida y expedita, que pueda ayudar al lago, pues mi instinto de poeta me dice que debe existir alguna solución diferente y efectiva, aparte de la saliva contaminada de los políticos con sus discursos cantinflescos que solo el cómico entendía, y que ya se murió desde hace años.
Este fin de semana estuve allá otra vez y llegué el sábado a medio día a una nueva posada que no conocía, una casona vieja hermosamente remosada en la orilla del lago, por el rumbo de Ajijic, con un árbol de hule gigantesco en el patio que le sirve de paraguas verde que lo convierte en un sitio fresco natural y bello muy propio para sentarse a ver el lago, escuchar el murmullo de sus olas reclamantes y las garzas blancas que se acercan a escucharle diariamente para consolarlo en su tragedia.
El sol está radiante y nada presagia la proximidad de lluvia. Dicen los contadores de gotas de agua que el lago ha subido su nivel durante junio y lo que va de julio, después de que en la temporada pasada perdió noventa centímetros y actualmente está al cuarenta por ciento de su capacidad, pero con eso de que cada vez somos mas miles de metropolitanos que nos bebemos su agua, no sé hasta cuando podamos tener cuentas alegres.
Es medianoche y sigo mirando el lago desde la terraza, adornado con un cielo claro y una luna a medio menguante que se refleja en el espejo nocturno del agua en un ambiente afrodisiaco que se huele en el viento de la noche. Una voz de mujer que viene de la cercana recámara me advierte que ya es tarde y empieza a sentirse el fresco de la noche. Acudo a su llamado y penetro en la recámara tibia y cómoda, me acerco a ella y al empezar a besarla, el cielo empezó a tronar y a relampaguear, y luego al acariciarla, pues comenzó a lloviznar; cuando la pasión creció se vino la tempestad.
De pronto todo se convirtió en una mágica emoción reflejada en un líquido de vida que lo anegó todo, trasmitiendo hacia el lago un intenso sentimiento, como una señal de amor, vida y esperanza.
Así, pues, en el amor encontré la salvación, hay que amarnos en Chapala, ahí está la solución. Como dicen los chavos: ¡Órale!.
Resumo:
Anoche estuve en Chapala, y cuando te empecé a besar, el cielo empezó a tronar.
Cuando hicimos el amor, la lluvia empezó a azotar, con tremenda tempestad.
Si esta pasión que yo siento, con el tiempo no se apaga, en poco tiempo, presiento, podemos llenar Chapala.